jueves, 31 de julio de 2014

JOSIAS (2da parte)
Cuatro años después a la edad de veintiséis años, dirigió su atención al templo. Estaba en ruinas. El pueblo había permitido que se fuera desmoronando. Pero Josías estaba decidido. Algo había sucedido que le echó fuego a su pasión por la restauración del templo. Se le había entregado un bastón. Una antorcha se había recibido.
A principios de su reinado decidió servir al Dios de David, su antepasado. Ahora elegía servir al Dios de otro. Nótese en 2 Crónicas 34.8 (Biblia de las Américas): «Y en el año dieciocho de su reinado, cuando había purificado la tierra y la casa, envió a Safán[…] para que repararan la casa del SEÑOR su Dios», el Dios de Josías (énfasis mío).
Dios era su Dios. La fe de David era la fe de Josías. Había encontrado al Dios de David y lo había hecho suyo. Cuando el templo se estaba reconstruyendo, uno de los obreros encontró un rollo. En el rollo estaban las palabras de Dios dadas a Moisés casi mil años antes.
Cuando Josías oyó las palabras, quedó impactado. Lloró al ver que su pueblo se había alejado tanto de Dios que su Palabra no formaba parte de sus vidas.
Le envió palabra a una profetisa preguntándole: «¿Qué le sucederá a nuestro pueblo?»
Ella le dijo a Josías que por haberse arrepentido cuando oyó las palabras, su nación se salvaría de la ira de Dios (véase 2 Crónicas 34.27 ). Increíble. Una generación completa recibió gracia debido a la integridad de un hombre.
¿Es posible que Dios lo haya puesto sobre la tierra por ese motivo?
¿Es posible que Dios te haya puesto sobre la tierra por el mismo motivo?
Tal vez tu pasado no sea algo de lo cual jactarte. Tal vez fuiste testigo de horrible maldad. Y ahora tú, al igual que Josías, debes tomar una decisión. ¿Te sobrepones al pasado y produces un cambio? ¿O permaneces bajo el control del pasado y elaboras excusas?
Muchos escogen lo último.
Muchos escogen los hogares de convalecientes del corazón. Cuerpos saludables. Mentes agudas. Pero sueños jubilados. Se hamacan sin cesar en la mecedora del remordimiento, repitiendo las condiciones de la rendición. Arrímate y podrás escucharlos: «Si tan solo». La bandera blanca del corazón.
«Si tan solo…»
«Si tan solo hubiese nacido en otra parte…»
«Si tan solo me hubiesen tratado con justicia…»
«Si tan solo hubiese tenido padres más amorosos, más dinero, mejores oportunidades…»
«Si tan solo me hubiesen enseñado a usar el baño más pronto, castigado menos o enseñado a comer sin hacer ruidos molestos».
A lo mejor has usado esas palabras. Quizás tengas motivos sobrados para usarlas. Tal vez tú, al igual que Josías, hayas escuchado contar hasta diez aun antes de entrar al cuadrilátero. Para encontrar un antepasado que valga la pena imitar, tú, al igual que Josías, debes hojear tu álbum familiar saltando hasta muy atrás.
Si tal es el caso, permíteme que te muestre a dónde recurrir. Echa a un lado el álbum y levanta tu Biblia. Busca el Evangelio de Juan y lee las palabras de Jesús: «La vida humana nace del hombre, mientras que la vida espiritual nace del Espíritu» (Juan 3.6 , NVI).
Medita en eso. ¡La vida espiritual nace del Espíritu! Tus padres pueden haberte dado tus genes, pero Dios te da gracia. Es posible que tus padres sean responsables de tu cuerpo, pero Dios se ha hecho cargo de tu alma. Es posible que tu aspecto venga de tu madre, pero la eternidad te viene de tu Padre, tu Padre celestial.
De paso, Él no está ciego ante tus problemas. Es más, Dios está dispuesto a darte lo que tu familia no te dio.
¿No tuviste un buen padre? Él será tu Padre.
A través de Dios eres un hijo; y, si eres un hijo, ciertamente eres también un heredero (Gálatas 4.7 , traducción libre del inglés versión PHILLIPS).
¿No tuviste un buen modelo? Prueba con Dios.
Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados (Efesios 5.1 ).
¿Nunca tuviste un padre que te enjugara las lágrimas? Reconsidera. Dios ha visto cada una de ellas.
Tú llevas la cuenta de mis huidas; tú recoges cada una de mis lágrimas. ¿Acaso no las tienes anotadas en tu libro? (Salmo 56.8 , Versión Popular).
Dios no te ha dejado a la deriva en un mar de herencias. Al igual que Josías, no puedes controlar la manera en que respondieron tus antepasados a Dios. Pero puedes controlar tu forma de responder ante Él. No es necesario que el pasado sea tu prisión. Puedes tener una voz en tu destino. Puedes expresarte con respecto a tu vida. Puedes escoger el camino por donde andarás. Escoge bien y algún día, muchas generaciones después, tus nietos y bisnietos agradecerán a Dios por las semillas que sembraste.
(Max Lucado, Cuando Dios susurra tu nombre)

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